Exhausto de melancolía, el narrador de esta novela trata de dar sentido al principio
del resto de su vida. El recuerdo guiará los pasos, y la mirada se perderá en el baile
de estrellas de una noche de estío repleta de ternura y hallazgos vitales sin tregua.
¿Puede todavía escucharse en el Mediterráneo la enseñanza ancestral de Homero?
¿Sigue teniendo validez la mirada amorosa de Catulo hacia las criaturas que pueblan
la contemporaneidad? ¿Continúa siendo Paul Celan un valioso interlocutor? ¿Es
posible captar la esencia verdadera de la frase de John Lennon por la cual se nos
advierte que «la vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros
planes»? Todas estas preguntas y muchas más son respondidas en la última novela
de Julio Llamazares, que trae recuerdos de las mejores de las suyas, aunque muestra
ecos muy claros del monólogo de Andrés en Ainielle, el inolvidable personaje de La lluvia amarilla (1988), obra que ahora cumple su primer cuarto de siglo. Como ocurre
con el habitante postrero de aquel pueblo abandonado en el Pirineo aragonés,
también hay rememoración en Las Lágrimas de San Lorenzo. El tiempo, la memoria, la
pasión… muestran la potencia con la que irrumpen en el mundo gracias a la prosa
del autor leonés. Y sin embargo, todavía cabe preguntarse para qué tanta melancolía.
Tal vez para que haya ocasión de arrepentimiento, de perdón, de vivir con la mayor
entereza los restos del día, serían algunas de las respuestas que habrán de hallarse
entre estas páginas.
El narrador de Las lágrimas de San Lorenzo salió de Bilbao cuando la dictadura todavía
atenazaba al país. Viajó, conoció la calidez del Mediterráneo, y allí se quedó un
tiempo. Surgió el placer, el amor, la amistad, y el mundo se hizo infinito en todas sus
posibilidades. Ahora, cumplida la cincuentena, ese narrador ilustrado ambulante—
ha sido profesor de lengua y literatura— regresa a Ibiza para cumplir un deseo y
reinventar su propia historia. Hace ya tiempo que sufre por no estar cerca de su hijo
Pedro, fruto de su relación con Marie. Madre e hijo viven en París, pero ha habido
ocasión para que Pedro y su padre se reencuentren en la isla donde todo es posible.
Allí, tumbados padre e hijo bajo el cielo estrellado, sucede la acción principal de la
novela. Una noche que permite la remembranza, la comprensión, el perdón, el ajuste
Julio Llamazares regresa a la novela con una
emocionante historia sobre los Paraísos e Infiernos
perdidos —padres e hijos, amantes y amigos, encuentros
y despedidas— que recorren toda una vida entre la
fugacidad del tiempo y los anclajes de la memoria. de cuentas con el pasado: el reencuentro con la esencia íntima de lo humano, frente
al baile cósmico de estrellas en la madrugada de San Lorenzo.
También el padre del narrador llevó a su hijo adolescente a contemplar el
espectáculo de las estrellas fugaces cuarenta años atrás. Ahora será Pedro —con sus
12 años cumplidos— quien se tumbe al lado de su padre para matizar tanto
desencanto con la belleza del espectáculo astral, envueltos en aromas de tomillo y
sonido de grillos.
Julio Llamazares |
La novela es también la propia novela del narrador, que empezó su aventura con la
escritura en la Ibiza de su juventud y ahora cierra el círculo de la ficción al poner el
punto y final a la novela, también titulada Las lágrimas de San Lorenzo. Atrás quedan
los años de viajes y desencuentros: Portugal, Uppsala, Iasi, Constanza, Utrecht, Bari,
Liubliana, Toulouse; también los amores de Carolina, Nicole, Tanja; la amistad de
Otto, Nadia, Joan, Daniel, Jesús; los apuntes familiares del abuelo Ovidio, el
hermano Ángel, el Tío Pedro, ya convertidos en estrellas para siempre.
Los capítulos se suceden, la lluvia de estrellas también: otra, otra y otra. En medio
del espectáculo, irrumpe la vida y la voz de ambos personajes, padre e hijo. Uno
quiere saber, el otro reconocer y mostrar que existe una nieve metafórica en el flujo
de estrellas, en las flores de almendro, en las salinas pitiusas. Es cuando ya no es
posible refrenar la voz lírica de quien cuenta la historia, ni tampoco el recuerdo del
lúpulo leonés o las buganvillas ibicencas. Y es en el fondo la historia de todos
aquellos que, en algún momento de sus biografías, se cansaron de soportar tanta
felicidad.
¿Y la geografía? Los acantilados norteños de Benirrás, Santa Inés, San Mateo, Santa
Gertrudis, las puestas de sol de San Antonio, Portinatx, Cala d’Hort, Cala Conta,
Las Salinas, el Islote de Es Vedrá, Cala Llentrisca…, el territorio donde una vez
existió el paraíso, y el tiempo en que podía pensarse —ingenuamente— que aquello
era la vida.
Disponible en LIBRERÍA SORIANO: "Las lágrimas de San Lorenzo", Julio Llamazares. Alfaguara 2013. Rústica con solapas. 208 págs. 18'00€
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