jueves, 1 de marzo de 2012

Un Saramago inédito ve la luz 60 años después

Lisboa, 1952. Una mañana invernal de mediados del siglo pasado, que se vislumbra como cualquier otra. Un bloque de vecinos, de los muchos levantados en cada barriada, en una ciudad que bien podría ser la de cualquiera. Empieza un nuevo día, uno de tantos, y los vecinos se apresuran a sus trabajos, se desperezan en sus camas, se acicalan en sus baños o se afanan en sus cocinas. En apariencia, nada parece advertir al lector de que, lentamente y casi de puntillas, está a punto de dejar de contemplar la fachada de este anodino vecindario, de atravesar el umbral de la puerta del edificio, de adentrarse –a través de esa claraboya que da luz y título a la novela– en cada casa, en cada vida, y de espiar las frustraciones, anhelos, nostalgias, ilusiones, miedos, alegrías y tristezas de unas gentes que, por corrientes, resultan universales.

Un conmovedor microcosmos que tiene como telón de fondo la dictadura de Salazar, la más longeva de Europa; como música ambiental la Tercera Sinfonía de Beethoven, la Marcha Fúnebre de Chopin, La danza de los muertos de Honegger, el fado portugués; como autores de cabecera a Shakespeare, Diderot, Eça de Queirós. Y una pregunta de Fernando Pessoa que flota en el denso, tantas veces enrarecido ambiente que lo envuelve: « ¿Deberemos ser todos casados, fútiles, tributables?».

Esto es, en esencia, Claraboya, la obra que José Saramago escribió hace más de sesenta años, entre los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, y cuyo manuscrito entregó a una editorial portuguesa en 1953. Pero, ¿por qué ahora esta publicación?, ¿cómo es posible que Claraboya siguiera inédita 60 años después? La historia resulta tan conmovedora y asombrosa que bien podría haber sido argumento de una de las novelas que el Nobel portugués regaló a los lectores a lo largo de su vida.

Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago y traductora de su obra, cuenta en el prólogo de Claraboya –titulado El libro perdido y hallado en el tiempo– que una mañana de 1989 Saramago recibió una llamada de la editorial para informarle de que el manuscrito había sido encontrado en una mudanza de sus instalaciones y que considerarían un honor publicarlo entonces. “Obrigado, ahora no”, respondió el autor. Ese mismo día recuperó su novela y tuvo, por fin, una respuesta por parte de la editorial a la que le había confiado el original de Claraboya, “la que le fue negada cuarenta y siete años atrás, cuando tenía treinta y uno y todos los sueños a punto. Aquella actitud de la editorial le sumió en un silencio doloroso, imborrable y de décadas”, explica del Río. No en vano, no volvió a escribir hasta veinte años después. Aunque sus más cercanos intentaron convencer a Saramago de que publicara Claraboya, “donde ya se observaba lo que después acabaría desarrollando plenamente: su propia narrativa”, una vez recuperada, el autor decidió que no se editaría mientras viviera.

José Saramago
Ahora, Alfaguara publica Claraboya, para regocijo de sus lectores en castellano, quienes también podrán constatar lo que el mismo autor señaló: que muchos aspectos de este libro, el segundo que escribió después de la publicación en 1947 de Tierra de pecado, están relacionados con su modo de ser. “¿Cómo es posible que el jovencito de veintitantos años escribiera con tanta madurez, tan seguro, que ya enunciara obsesiones literarias y dejara ver su mapa de trabajo y sentimental de una forma tan explícita? […] ¿De dónde sacó Saramago la sabiduría, la capacidad de retratar personajes con tanta sutileza y economía narrativa, de proponer situaciones anodinas y sin embargo tan profundas como universales, de transgredir de forma tan serenamente violenta?”, se pregunta Pilar del Río en la introducción.

Claraboya es, sin duda, una novela de personajes. En ella están contenidos los personajes masculinos de Saramago, “esa colección de hombres de pocas palabras, solitarios, libres, que necesitan el encuentro amoroso para romper, siempre de forma momentánea, su forma concentrada e introvertida de estar en el mundo”, explica su traductora. Y continúa: “También en Claraboya están las mujeres fuertes de Saramago. Cuando el autor se recrea en los personajes femeninos, la capacidad transgresora se hace más evidente y descarnada”. No es, ni mucho menos, un libro político pero sí resulta transgresor para la época en que fue escrito. Quizás por eso nunca se publicó, se dice en el prólogo: “Demasiado fuerte, demasiado arriesgado, viniendo de un autor desconocido, demasiado trabajo defenderlo ante la censura y la sociedad, para el poco provecho que aportaría. De ahí que el libro se quedara relegado, sin un sí comprometido, sin un no que pudiera comprometer en el futuro”.

Sea como fuere, este es el momento en que Claraboya ve la luz, por expreso deseo de su autor, que dejó en manos de sus herederos la decisión de su publicación. Un regalo que los lectores de Saramago se merecían.


Disponible en LIBRERÍA SORIANO: "Claraboya", José Saramago. Alfaguara 2012, Madrid. 424 págs. 19'50€

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